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Su majestad el Miedo

Antonio García

<<Yo no le tengo miedo a nada>>, dijo aquél. Y se quedó tan ancho creyendo que todo el mundo se lo había tragado.

Tal vez existan algunos humanos que realmente no sientan esa tenaza que, en mayor o menor medida, a todos oprime en algún momento o circunstancia de la vida. Pobre gente. No me imagino cuanta desesperación, cuanta soledad, cuanto desamor debe sentir para que, realmente, ni siquiera le importe morir, que a veces puede ser lo que menos miedo de. Por eso, quizás no sea del todo cierta la frase inicial, por mucha arrogancia con que se diga. No me importa morir pero… el dolor físico intenso y prolongado, la tortura, la pobreza extrema, la humillación pública… ¡que se yo!

No es mi intención hacer un tratado de psicología sobre el miedo, ni entrar a relatar las muchísimas causas que lo producen, entre otras cosas porque no soy psicólogo. Pero si creo observar que el temor, la desconfianza, el recelo, la aprensión, la cobardía… de una u otra forma están instalados en el corazón y el cerebro de todos nosotros, sin meternos ahora en la búsqueda de excepciones. Y hay algo que me resulta curioso.

Desde siempre, hombres valerosos o forzados, han expuesto su salud, su integridad física, su familia, sus posesiones y su vida misma para entregarse en cuerpo y alma a la defensa de unos ideales, unos derechos, una justicia en la que creían. Incluso angustiados por el riesgo que corrían, no han titubeado a la hora de pelear por “su causa”. Y seguramente han sentido miedo. Hasta mucho miedo quizás. Seguro estoy. Y ya no hablo –todos pensamos en ellos- del soldado que va a la guerra, convencido o por oficio. Me refiero sobre todo en este artículo a aquellas personas que, sin más coraza que su fe, solos y a pecho descubierto se han enfrentado a los poderosos de la Tierra, para echarles en cara sus injusticias y defender ante cualquiera sus propias creencias, sus convicciones, sus valores. La historia está llena de ejemplos: Juan el Bautista ante Herodes, Tomás Moro ante Enrique VIII, Miguel Servet ante Calvino, Martin Luther King o Malcom X ante el racismo fanático y violento, cristianos ante la Roma antigua o ahora ante el Islam, por citar solo unos ejemplos. Y el primero de todos, Jesús de Nazaret.

Pero hay mucha gente valerosa aunque el miedo les incordie. Gentes anónimas que lo único que hacen es ser consecuentes en el día a día con su fe y sus ideales humanos.

Sin embargo, y repito, hay algo que me resulta curioso. Siempre ha ocurrido, pero yo doy testimonio de mi tiempo. Y es que vivimos con miedo, mucho miedo. Lo que resulta paradójico hoy día en nuestro “primer mundo”, en el que creemos ser más libres que nunca y estar más protegidos que nunca. Pero hasta la libertad da miedo.

Miedo a la opinión de la mayoría –o que engañosamente los “medios” nos presentan como mayoría, que generalmente no lo es-, miedo a ir contra lo que hoy se ha dado en llamar lo “políticamente correcto”. Miedo a hablar públicamente de según que temas, por temor a las represalias del poder -o los radicales-, que cada vez intenta amordazar más la libertad de expresión de los ciudadanos, si bien es verdad que la tenaza se aprieta sobre “algunas libertades de opinión”, no sobre otras que más bien se promocionan –tienes derecho a expresarte mientras pienses de acuerdo al “sistema”-. Miedo a la objeción de conciencia, más acorralada cada vez por las tropas de los inquisidores políticos y los lobbys de poder. Miedo ya no solo a declarar abiertamente la fe cristiana, sino a actuar en consecuencia a tenor de la multitud de acontecimientos y leyes que la ningunean, la intentan corromper y hasta la persiguen. <<Yo no quiero meterme en problemas, yo no quiero significarme, que me señalen, yo intento cumplir con mi religión, pero… Yo no lo haría, pero…>>. Y ahí está la madre del cordero, en ese “pero”. Miedo. Mucho miedo. Y mucha ignorancia. Y cobardía.

<<Ten cuidado, que van a por ti>>. ¿Nunca les han dicho esa frase? A mí si. Y efectivamente, fueron. Pero no voy a hablar de mí.

Funcionarios despedidos por cumplir honradamente a pesar de las presiones. Médicos amenazados de despido por negarse a practicar abortos. Colegios concertados católicos en trance de quedarse sin subvención, por no querer –ni deber- impartir enseñanza sobre “ideología de género”, o ideología LGTB. Multas por ofrecer terapias para dejar atrás la homosexualidad (ya existe un caso en Madrid). Gente despedida del trabajo por exhibir un colgante con un crucifijo. Actos delictivos –que quedan impunes- ante instituciones o personas que, honrada y coherentemente expresan en público sus convicciones, ganándose algunos incluso denuncias en los juzgados. Funcionarios y trabajadores públicos amordazados… y tantos casos más, en el campo de la vida que nos metamos.

Pero “el poder” también tiene miedo. A la gente que se educa, se forma y se informa. A la gente que piensa libremente, “por sí misma”. Por supuesto si es gente con cierta influencia o predicamento social. A los no adoctrinados y no aborregados y abducidos por ideologías mundanas que les comen el seso.

Presiones, chantajes, amenazas… Miedo, mucho miedo, que nos deja en manos de quienes manejan los hilos del mundo.

Y mientras tanto, la libertad, la verdadera libertad, sufriendo su desgarradora agonía.

miedo

1. m. Angustia por un riesgo o daño real o imaginario.

2. m. Recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea.

miedo

* temor, terror, pavor, pánico, espanto, horror, alarma, susto, sobresalto, recelo, aprensión, desconfianza, canguelo, turbación, sorpresa, asombro, desasosiego, cobardía

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