Por Sol Sánchez
Finaliza un año y con él, se quedan muchos retazos de nuestras vidas.
No somos los mismos que brindamos con champagne hace trescientos sesenta y cinco días atrás. Todos vamos cambiando.
Nos aparecieron en la vida nuevas amistades, amores, ilusiones y proyectos.
Se adormecieron algunas esperanzas.
Hemos descubierto senderos. Recorrido caminos y callejuelas. Hemos saludado a los amaneceres y nos adormecimos con las estrellas.
¡Es el arte de vivir! Aquello que no se enseña, simplemente se aprende.
Y en ese aprendizaje, conseguimos superar miedos y descubrimos que nos embargaban otros. Asignaturas pendientes para este nuevo año.
Tal y como marca el guión de la existencia, despedimos a algunos seres queridos y dimos la bienvenida a los que hoy nos acompañan en el camino.
Cada uno de nosotros recordaremos estos doce meses. Y en nuestro calendario particular, han quedado marcados días concretos en los que entregamos sentimientos, regalamos abrazos y prestamos recuerdos. En los que admiramos la belleza y tuvimos la certeza de que aquello que nos hace estremecer, solamente se vive desde el corazón.
Días en los que creímos en la buena suerte, en los que vimos una sonrisa especial. En los que no nos salieron las cuentas, perdimos un trabajo y pensamos que era el final de nuestra vida. Pero salimos adelante. Se cerraron puertas y se abrieron ventanas. Aquellas que nos adentran en el refranero español, para decirnos que todo pasa por algo.
Días de otoño, en los que al comenzar la jornada, nos paramos a mirar como el viento arrastraba las hojas, arremolinándolas en los callejones de nuestros barrios.
En los que alguna tormenta nos mojó el pelo y pudimos vernos el rostro reflejado en un charco.
En los que sigilosamente, nos acercamos a la Parroquia, a mirar la cara de nuestra Dolorosa y dejar en uno de los rincones una súplica.
En los que sacamos la ropa de entretiempo para pasear por la Feria. Y compramos anhelos en la tómbola de la suerte.
En los que caminamos atolondrados, envueltos por esas sensaciones que llaman; estado de enamoramiento y consiguen que los relojes del tiempo se paren. Días impregnados de fascinación.
Tardes de primavera, en las que las amapolas y las margaritas, en su curso normal, aparecían en los campos hellineros y los atardeceres nos traía envuelto con el aroma de los almendros, el sonido de los tambores que nos aceleraron el latido del corazón, recordándonos la cercanía de la Semana Santa.
Madrugadas de primavera, en las que fuimos al Rosario de la Aurora y charlamos tranquilamente con los amigos tomando un chocolate.
Días de verano de intenso calor, bajo las sombras de los pinos del parque, abanicándonos con las promesas del destino. En las que abrimos un cuento y terminamos un libro. En los que vimos correr por el cielo a una estrella que nos recordó la posibilidad de un deseo.
Y de este invierno que nos ha acercado al fin de año, con la compañía de los seres queridos, vecinos y amigos en esta Villa de Hellín mágica y especial en la que por siempre, seguiremos soñando y anidando. Porque en el fondo, nosotros los Hellineros, somos como las golondrinas que nos acompañan en la Plaza de la Iglesia: Volamos y bailamos al son de la supervivencia.
En el que de nuevo, pasaremos y compartiremos las páginas de los diarios. Porque la vida es eso: Un tiempo que llega y se va y que debemos vivir con toda la intensidad. En una obligación por hacer realidad las quimeras. Nos lo dijeron al oído nuestros abuelos.
Doce uvas nos unirán en un mismo aire y nos adentrarán en otro nuevo año que espero, os traigan muchas sonrisas y retazos de vida únicos y especiales.
Que sigamos encontrándonos, abrazándonos, conociéndonos, saludándonos y compartiendo en los rincones de esta ciudad, brindando en las mesas de los cafés e inspirándonos en los bancos del jardín.
Feliz año amigos.
