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Ramón, el de los coches cucones

La historia repetida de un hombre en la calle

Hace muchos años, Ramón llegaba a nuestra ciudad como uno más de esas personas que desembocan en Hellín a finales del mes de septiembre con las atracciones de feria, concretamente para trabajar en la conocida como “los coches de cucones”. Al terminar los festejos, no sabemos por qué circunstancias, no se marchó y, durante un tiempo, se quedó viviendo en el Parque Municipal y sus aledaños. Su figura se volvió habitual para muchos vecinos, hasta que, unos años después, desapareció sin dejar rastro.

Su reaparición en estos días hace unos meses ha causado cierto impacto. Vecinos y antiguos conocidos lo han visto de nuevo, pero ahora en una situación física y personal extremadamente deteriorada. Quienes han coincidido con él relatan que ha pasado por diferentes residencias —entre ellas la de Tobarra y el centro de Las Hazas—, pero que siempre ha terminado abandonándolas por decisión propia. Pese a recibir oportunidades reiteradas de contar con techo, comida, higiene y atención médica, Ramón ha preferido regresar a la calle.

Ahora, se ha “instalado” en la Gran Vía y sus alrededores, donde muchas noches lo vemos dormir en algún portal, en la muralla del parque o en la calle López del Oro, como se puede apreciar en esta fotografía. Durante el día, se lo pasa sentado en cualquier lugar esperando que alguien le dé algún donativo, tabaco o comida.

Una imagen, una más, que no dice nada agradable para todos los transeúntes de esta zona tan céntrica de la ciudad y a la que, de alguna manera, se debería encontrar una rápida solución.

Los testimonios recogidos por este medio reflejan que incluso ha contado con la implicación de sus hijos y del personal de las residencias, quienes han intentado cuidarlo y ofrecerle un entorno seguro. Sin embargo, su voluntad de vivir en libertad, aunque sea en condiciones precarias, ha prevalecido sobre cualquier intento de institucionalización.

Más allá de las circunstancias personales de Ramón, su caso abre un debate incómodo y necesario en nuestra sociedad: ¿hasta dónde llega la libertad individual cuando las decisiones ponen en riesgo la propia salud y dignidad? ¿Qué papel deben jugar las instituciones y la comunidad cuando una persona rechaza la ayuda disponible?

Hoy, Ramón vuelve a estar en las calles de Hellín. Su historia, como la de tantos otros sin hogar, interpela directamente a nuestras conciencias. Nos recuerda que la marginalidad no siempre es consecuencia de la falta de recursos, sino, en ocasiones, de decisiones personales marcadas por una vida compleja y difícil de comprender desde fuera.

 

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