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Quedamos en el contorno de las letras

Sol Sánchez

Hoy escribo desde las horas de la mañana del día 1 de noviembre.

Llevo varios días en los que el recuerdo de Antonio Ruescas se adentra, sigilosamente, en mis pensamientos. ¡¡Es curioso!! Porque no es que Antonio formase parte de mi vida familiar, aunque para ser agradecida, debo decir que Ruescas fue un gran apoyo en nuestras vidas el año que falleció mi padre.

Antonio fue un hombre discreto, elegante, galante, amable, perfeccionista, y tenía un buen corazón. Forma parte de los amantes empedernidos del Hellín del recuerdo. Quizá en estas fechas tan señaladas ha querido adentrarse en este gran salón de las letras y ser parte de cada hogar, establecimiento y lector que se sumerja en las páginas de este “Faro”.

Ruescas buscaba la noticia para ofrecérsela a los ciudadanos. Creo, que después del tiempo y la ausencia, es posible que ahora muchos de aquellos temas del día que tantos quebraderos de cabeza ocasionaban, ya no despertaran su interés. Es posible que ahora nos dejara artículos en los que nos contara el secreto del tiempo, la velocidad con la que se transforma el color del hoy al ayer y la importancia de la justicia social. Me pregunto qué pensaría de las nuevas tecnologías y de cómo su amado Hellín se ha sumido en el olvido. En ese capítulo de “Cuentos al calor del otoño en Hellín” en el que me adentré en el túnel del tiempo debí quedar con él. Lo habría hecho en el Casino, lugar señorial de antaño y me habría deleitado viéndole pasar las grandes páginas de los periódicos que antes de mirarlos ya estaban caducados. ¡Aquellas escenas tenían tanta magia! Me hubiese parado a observar la raya perfecta de su pantalón, y el nudo impecable de su corbata. No le habría hablado de la trascendencia de los días, aún viniendo del futuro y conociendo el adiós. Le habría pedido al camarero que pusiera un disco para volver a escuchar el sonido de la aguja sobre el vinilo y habría cerrado los ojos para oír aquella voz radiofónica de Ruescas que me devolvería al ayer de las ondas, de los diarios, de las promesas sin fugacidad.

Al despedirme le expresaría (lo que verdaderamente tiene valor) la belleza del momento y le diría que la próxima vez podríamos quedar a tomar un café en el contorno de las letras que se encuentran en las páginas amarillentas de lo añejo. Porque en este “Faro” de hoy siempre habrá una luz que ilumine a los ciudadanos grandes del ayer.

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