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Palabras que nadie quiere entender

Paula Sánchez-Ramal García

Este es el testimonio de una docente de lenguas extranjeras que pronto va a dejar de serlo. Mi nombre no importa, soy otra más con la mochila al hombro, la que lleva cosas físicas como libros, ordenador, folios, bolígrafos para todos y siempre pañuelos en el bolso, y la que carga con faltas de respeto, escupitajos a los pies de los zapatos, preparar clases que nadie va a escuchar…lo típico, ya me entendéis los que estáis en esto. Trabajo, o lo intento, en un centro público ubicado en el sur de Castilla-La Mancha, es un centro sin grandes problemas de disciplina, con un alumnado variado y procedente de distintas áreas de una pequeña capital y de municipios cercanos. En resumen, es un centro normal, con las normalidades y las anormalidades de cualquier centro educativo público al uso dónde cada día es más común encontrarte a adultos vestidos de uniforme saliendo de despachos de dirección con la cabeza gacha como si de un discente castigado se tratase. Vengo a emplear esta comparativa porque como docente que, repito, pronto va a dejar de serlo, me siento como una niña jugando a algo que todavía no entiendo. Los docentes, somos adultos jugando a realizar labores que no tendrán un impacto en la vida real, pues somos nosotros los que salimos amonestados cuando intentamos poner orden en un aula, cuando cansados de repetir explicaciones ante un público atento al móvil no conseguimos hacer funcionar una mente que no quiere hacerlo. Somos inútiles ante unas leyes educativas que nos obligan a poner aprobados sin necesidad de justificar que los contenidos hayan sido asimilados, somos inútiles ante la labor de hacer comprender que la vida tiene consecuencias y que las personas más allá de los derechos tenemos responsabilidades. Con esta inutilidad tan flagrante, con la inexistente autoridad que tanto políticos como sociedad se han esforzado en consolidar, no queda más que esperar la nómina a final de mes y procurar que los días pasen.

Me entristece mucho querer alejarme de una labor tan bella, tan necesaria como es la transmisión de conocimiento, de actitud, de ganas de vivir, pues la labor en formación (ojo que se asume que los pupilos la educación la tengan puesta de serie, lo que es mucho suponer), tanto para mí como para la gran mayoría de mis compañeros, o al menos eso espero, no se queda en memorizar datos si no en aprender a pensar, a manejar la herramienta mental que supondrá el filtro con que tus ojos verán la realidad. Pero es hora de decir adiós a esta labor tan importante a la que ya no le encuentro ningún sentido. Ir por los pasillos chocando con cuerpos que sostienen una pantalla que piensa por ellos, sufrir la tan de moda palabra de bullying a mis 34 años, aguantar impertinencias de una generación que solo tiene y tendrá derechos, permitir que se hagan memes con mi figura, recibir gritos, patadas e insultos por tratar de evitar una pelea, sufrir el acoso de compañeros para retirar amonestaciones porque ¡ojo! vendrá inspección, recibir amenazas de padres que aseguran que su niño/a nació canonizado y con la aureola puesta, son solo la mitad de los motivos que hoy me hacen renunciar a la más importante de las labores que podía darme la sociedad.

Y hoy me encuentro aquí, delante de mi ordenador, tras mi jornada laboral, tras pelear con huestes de 30 niñatos, sin comer y sin ganas, asqueada ante la sociedad que dejo, que vendrá, que no tendrá respeto por nada, que tendrá derecho a todo y obligación de ningún tipo, que buscará su opinión en algún tik toker de moda, que seguirá dejando calles como los pasillos del centro donde dejaré de trabajar pronto: llenos de mierda porque alguien vendrá a limpiar el destrozo por ellos, acosando a la mujer como indican tantos cantantes de trap y reggaeton que suponen nuevos mesías, empleando la violencia para paliar su roto sentir lleno de besos y abrazos cuando llora, reclamando su eterno trono que tanto leyes como padres como sociedad le estamos regalando sin cuestionar absolutamente nada. Por todo esto y por tantos asuntos que en un trozo de papel no caben, hoy tomo la decisión de alejarme de este camino, pues más útiles son mis manos reponiendo cajas en un almacén o limpiando mis lágrimas ante la cola del paro que escribiendo en una pizarra palabras que nadie quiere entender.

 

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