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La Fiesta del Burro

Por Félix Talavera

Había una vez un pueblo de gente laboriosa y trabajadora, que se dedicaban a la agricultura, al comercio, a los servicios…Era un pueblo próspero, con vocación de capital, cuyas gentes se mostraban muy orgullosas de sus tradiciones. Y entre ellas gozaba de especial cariño para todos la “Fiesta del Burro”, en la que se reunían los mejores ejemplares de toda la comarca para competir en belleza, destreza y fuerza en el desempeño de las faenas agrícolas. Y es que se daba el caso de que en ese pueblo había un equino que año tras año conseguía todos los premios, siendo la envidia de todas las ciudades vecinas y el orgullo de los lugareños. Por ello los habitantes del pueblo, además de mostrarse orgullosos, acudían a los dueños del burro para que se lo alquilase y arar sus campos con él. Así todos estaban contentos: los habitantes en general porque “su” burro ganaba a los de los pueblos vecinos, los agricultores porque, arrendándolo, cultivaban sus tierras en menor tiempo y con más provecho y, finalmente, sus dueños que revertían en cuidados del animal los ingresos que con él obtenían.

Pero pasó el tiempo y con él el burro fue cumpliendo años y perdiendo la lozanía y facultades que hasta entonces había tenido. Ya no tenía aquella fuerza de antaño. Su aspecto no era el de antes. Y las gentes dejaron de pedírselo a sus dueños para utilizarlo en las faenas del campo. Sus propietarios acudían a los vecinos: “Juan, Pedro…tengo libre a mi burro ¿no os interesa para labrar vuestras tierras? “No, gracias, el burro esta viejo, tiene mal aspecto y no es el de antes. Y además, ahora labro con tractor que es más cómodo y moderno, no nos gustan las cosas viejas y antiguas. Guárdatelo para ti” Y así pasaban los días sin que nadie se acordara del burro. Los dueños, entonces, quisieron venderlo, pero ocurría lo mismo: “No, esta viejo y pronto morirá, no es moderno labrar con burro, los tractores labran mucho mejor que tu viejo burro. Quédatelo tu”.

Los dueños acudieron al Veterinario del lugar solicitando ayuda para el pobre burro, pero este contestaba: “No merece la pena, esta ya viejo, no me hagas perder el tiempo con semejante animal que ya no vale para nada. Quédatelo tu”.

Así estaban las cosas cuando un grupo de vecinos cayó en la cuenta de que el pobre burro se estaba muriendo sin que se hiciera nada por él. Se rememoraron las antiguas glorias, los muchos triunfos que aquél animal había conseguido para el pueblo y surgió un clamor popular a favor del pobre burro. Además llegaba “El día del Burro”…, en la población no había ninguno que pudiera representarles dignamente y se hablaba maravillas de los que iban a presentar los pueblos vecinos. Se formó un “Comité pro-burro” que se dirigió al Veterinario para que le aplicase al pobre animal cuantos remedios precisase su maltrecha salud, de forma que este recobrase de nuevo su juventud, lozanía y fortaleza…Al fin y al cabo la población se llenaría de forasteros venidos de todas partes de la nación… ¡incluso del extranjero!, y no podían ser testigos de tanto abandono. ¡¡¡ ¿Qué pensarían de ese pueblo? ¿En qué lugar iba a quedar el Veterinario?!!!

Pero el Veterinario no era hombre de mucha ciencia y no se veía capaz de devolver al burro a su antigua lozanía, ignorando que otros colegas suyos habían aplicado medidas en casos similares que habían resultado efectivas. Así que sintiéndose agobiado por el clamor popular a favor del burro, y queriendo quedar bien con los vecinos y visitantes, tras no pocos quebraderos de cabeza y estrujarse el meollo, creyó encontrar la solución. “¡Ya está…¡” se dijo. “¡Diré a los dueños del burro que lo laven, lo peinen, le pongan herraduras nuevas y, finalmente, que lo enjaecen con los atalajes más lujosos que se encuentren en el mercado. De esta forma lucirá como los propios soles, y todos reconocerán mi valía!”.

Los dueños no vieron aquello muy claro, pero como la presión era tan fuerte, decidieron hacer lo que el Veterinario les recetó para su animal, ya que éste les amenazaba con hacerlo él a costa de los
mismos. Lo lavaron, le pusieron herraduras nuevas y lo enjaezaron con lo mejor. El pueblo, al verlo exclamaba ¡qué sabio y listo es el Veterinario, que hermoso nos ha dejado al burro!

Y llegó el día de la Fiesta que se solia celebrar en el mes de abril. El pueblo estaba esplendoroso, el tiempo era una maravilla, el sol lucía como nunca y las calles estaban a rebosar con tanto visitante ávido de contemplar aquél animal del que tanto se hablaba.

Sacaron al burro para presentarlo al concurso, pero algo no iba bien…el animal parecía tropezar, hacía eses al andar y su cabeza, antaño erguida, ahora casi arrastraba por el suelo… Un murmullo recorrió entre el público presente. ¿Qué pasa…? ¡Si lleva unos atalajes preciosos…!

No habían andado ni tres metros cuando el pobre animal cayó como un pesado fardo al tiempo que emitía un extraño rebuzno que dejó helados a los presentes. ¡Ha muerto…¡ gritó una mujer, y ese grito se repitió como un eco por toda la ciudad, ¡ha muerto, ha muerto…EL RABAL ha muerto!

Moraleja: “Si quieres que el burro viva con esplendor, descubre sus males, ponles remedio y no te limites a que otros le maquillen”.

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