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La “agenda” sigue su curso (I)

Antonio García

La lanzó Zapatero y la va a rematar Pedro Sánchez. Estamos hablando del marxismo del siglo XXI, especialmente en su doble objetivo de implantar la ideología de género y de cargarse a la Iglesia Católica. Pero permítanme que les explique, porque para entender esto hay que hacer un poquito de historia. No podríamos comprender este fenómeno destructivo si prescindimos del pensamiento marxista.

Como ustedes ya saben, la filosofía de Marx se basa en “la lucha de clases” entre la burguesía, dueña de los medios de producción y la clase obrera, el proletariado. Éste último iba a aplastar a la primera y traer la sociedad del Comunismo y el fin de las clases. Para Marx, lo primero, lo básico era todo lo que tenía que ver con la economía y las relaciones de producción. El mundo cultural y humanista quedaba en segundo plano, es decir, todo lo que tiene que ver con la filosofía, el derecho, la religión, la moral, la familia, la cultura… De ello se desprendía una teoría revolucionaria muy clara: para derribar el edificio hasta los escombros había que derribar lo básico, o sea, la economía, pues si se hacía estallar el segundo grupo, el primero se mantendría intacto.

Como es evidente, la estrategia fracasó, pues teniendo el marxismo vocación universalista solo triunfó en la Rusia feudal de principios del siglo pasado, con la revolución bolchevique del 1917. El mundo avanzado, industrializado, no le hizo ni puñetero caso.

Posteriormente, diversos filósofos marxistas “repensaron” la ideología, siendo el ejemplo más relevante Antonio Gramsci. Gramsci fue un teórico marxista italiano, que vivió de 1871 a 1937, siendo uno de los fundadores del Partido Comunista de Italia. Él fue quien comenzó a darle más importancia a la cultura y empezó a hablar del papel de los intelectuales en la configuración de la hegemonía marxista. Atacar el segundo bloque, el segundo plano. Ya no menciona las revoluciones armadas, sino revoluciones graduales y pasivas, que ya no hablan de lucha de clases, sino de luchas culturales, que ya no intentan expropiar los medios de producción, sino que buscan expropiar la cosmovisión del hombre, es decir, conquistar las mentes, los espíritus.

Podríamos decir que, en concreto, la ideología de género es una ideología que nace para suplir una falta en la izquierda: la falta del obrero como clase revolucionaria. Es evidente que los obreros, como todo el mundo, hace tiempo que están más preocupados por cambiar de coche que por cambiar el mundo. Los conflictos ya no se dan más en el terreno de las relaciones productivas, sino en lo que tiene que ver con los conflictos culturales, dentro de los cuales se enmarca el conflicto heterosexual, homosexual, hombre, mujer, etc., que es un concepto construido políticamente por la ideología de género. Antonio Gramsci entendió que si los obreros no se levantaban, era porque la cultura occidental de raíces cristianas de la que estaban impregnados lo impedía. Defendió que la toma del poder cultural debía preceder a la toma del poder político, es decir, que para asegurar el triunfo de una revolución rechazada naturalmente por los europeos, era preciso atacar las bases del sistema cultural establecido. Propuso así iniciar una batalla ideológica a través de las instituciones que terminase por derrocar la hegemonía cultural y acabar con los cimientos de la civilización occidental: la religión, la Ley Natural y la familia tradicional.

De manera que la estrategia gramsciana estaba diseñada del siguiente modo:

1. Para imponer un cambio ideológico era necesario comenzar por lograr la modificación del modo de pensar de la sociedad civil a través de pequeños cambios realizados en el tiempo en el campo del pensamiento. Había que construir un nuevo pensamiento, entendido como el modo común de pensar de la gente que, históricamente, prevalece entre los miembros de la sociedad.

2. Para lograr este objetivo era necesario adueñarse de los organismos e instituciones en donde se desarrollan los valores y parámetros culturales: los medios de comunicación, las universidades, las escuelas…

Después de cumplido este proceso, la consecución del poder político caería por su propio peso, sin revoluciones armadas, sin resistencias ni contrarrevoluciones, sin necesidad de imponer el nuevo orden por la fuerza, ya que, dicho nuevo orden tendría consenso general. La sociedad estaría completamente mentalizada y los valores tradicionales suficientemente degradados. Tomaba fuerza el “relativismo”. Y

3. Para tener éxito, habría que sortear dos obstáculos: la Iglesia Católica y la familia.

Si muchos de ustedes aún no se han dado cuenta, permítanme que les de algunas pistas sobre los últimos y mayores logros de las izquierdas en España: Ley de “violencia de género” e imposición de la demencial, dañina y anticientífica, perversa y pervertida ideología de género en los centros educativos, obstinación por el derribo y desaparición de las cruces y otros símbolos cristianos de la vía pública –ahora la obsesión es el Valle de los Caídos-, deslegitimación de la autoridad de padres, profesores, etc., con el intento de robo a las familias de la educación de sus hijos para absolverla al Estado. Aborto a la carta, “matrimonio homosexual”, derecho a la adopción de niños por parte de los homosexuales, desprecio a las tradiciones ancestrales del pueblo, promoción y subvención del Orgullo Gay, acogida indiscriminada y masiva de inmigrantes-invasores de cultura y religión musulmanas, y lo que ello supone. Deformante, partidista y afrentosa Ley de la Memoria Histórica… Y no sigo porque se me acaba el espacio.

Nos veremos en el próximo.

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