Emilio Sánchez
En pleno agosto, un banco bajo la sombra se convierte en punto de encuentro para dos generaciones de hellineros que guardan, entre bromas y recuerdos, la historia no escrita de la ciudad.
El calor aprieta, pero la Gran Vía sigue siendo el corazón palpitante del verano. Allí, bajo la sombra cómplice de un banco, dos hellineros muy queridos por sus vecinos — “el Follana” y su amigo Navarro— comparten recuerdos, anécdotas y chascarrillos que recorren medio siglo de vida local.La escena podría pasar desapercibida para un forastero: un banco, dos figuras conocidas por todos, y una conversación aparentemente trivial. Pero en Hellín, donde cada esquina guarda una historia, estos encuentros son auténticos archivos orales.
Con la precisión de un cronista y el humor de un buen contador de chistes, rememoran quién vivió dónde, qué comercios marcaron época, o qué anécdotas aún provocan carcajadas o suspiros. Entre el repaso a viejas barberías y las tiendas que ya no están, asoman también relatos “de para no dormir” que, contados al caer la tarde, parecen leyendas urbanas.
Lo suyo no es la política ni las noticias de última hora, sino ese “radio patio” que mantiene vivo el pulso cotidiano: bodas, nacimientos, viajes, alguna picardía… y mucha vida.
En Hellín, las páginas más valiosas no siempre están impresas. A veces se escriben a media tarde, en un banco de la Gran Vía, con la brisa justa, un poco de sombra y dos generaciones dispuestas a que la memoria no se pierda con el tiempo.

