domingo, mayo 4, 2025
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Herminia

Por Fructuoso Díaz

Se marchó como el viento. Y lloramos su ausencia porque el destino nos quita su figura, pero no puede arrebatarnos el recuerdo de su sonrisa, porque Herminia siempre reía. Lo hacía con esa sonrisa que brota de un corazón noble, seguramente para interpelar nuestro propio mundo interior que nos permitiera conocer mejor la grandeza del género humano.

El viento se lleva su figura pero no puede quitarnos su palabra, que es nuestro patrimonio más noble e íntimo, porque la palabra, la verdadera, no miente ni se enseñorea con la hipocresía, es el lugar donde no hay espacio para la intolerancia.

Trabajando con Herminia uno aprende y se enorgullece del valor que tiene el servicio público, la sensibilidad que requiere mostrar un trato afable incluso ante quien solo sabe mirar su propio ombligo. Se aprende lo que significa el esfuerzo, la eficacia y la responsabilidad ante las demandas de los ciudadanos.

Nunca me pidió nada para ella pero ponía todo su empeño para permanecer cerca de las personas más desfavorecidas que encontraba a su paso y en la defensa de las causas justas.

Vivía como propios los problemas que, cada día, surgían en el desarrollo de la actividad pública, aunque no fueran de su competencia.

No tenía horario. En todo momento estaba disponible para acudir a resolver cualquier asunto que se le encomendara.

Herminia nunca salía en la foto. Su discreción le hacía permanecer en el anonimato. Era como ese centrocampista que no aparece como jugador destacado en las crónicas deportivas pero que su presencia hace que el equipo funcione.

Colaboraba en la difusión de nuestras tamboradas para llevar el nombre de Hellín más allá de nuestras fronteras.

No tenía pereza, cogía su coche y se marchaba a Toledo, Albacete o donde fuera necesario para gestionar asuntos que requerían urgencia, acopiar libros con destino a la Biblioteca municipal o material divulgativo para actividades sociales o culturales.

Promocionaba a los escritores hellineros más allá de nuestra ciudad y organizaba multiplicidad de eventos culturales. Desarrolló una eficaz labor para que personalidades del arte, de la cultura, del periodismo conocieran y divulgaran el nombre de Hellín a nivel nacional.

Imprimía un aire nuevo a nuestras fiestas populares, apoyaba a las asociaciones de barrios y pedanías y sabía estar cerca de la gente para desplegar la inmensa capacidad humana que caracterizaba su trabajo.

Herminia, más que directora de la Casa de Cultura, era la persona de referencia en el diseño, organización y desarrollo de la actividad social y cultural en Hellín durante muchos años.

Nunca le escuché pronunciar palabra alguna contra nadie, ni siquiera contra aquellos especialistas de la mentira, prisioneros de su propia envidia, que se hacían notar más por su inutilidad y estupidez que por su amor al trabajo y solidaridad con sus compañeros. Pero eran, en cantidad, poquitos; de envergadura, irrelevantes; de estatura moral, muy pequeños. Hoy ya están donde siempre han estado: relegados a su propia ignominia, en la soledad, en la indiferencia, en el olvido.

Los trabajos de Herminia, su manera de ejecutarlos, su empatía con la gente son ejemplos que hacen grande el servicio público. Son muchos, la inmensa mayoría, los trabajadores y funcionarios de la Administración pública que desarrollan estupendamente su función, con honradez y responsabilidad. Herminia lo hacía, además, con la humildad y sencillez que solo las grandes personas son capaces de realizar, porque todo lo grande es sencillo.

Así era Herminia antes que los vientos trasladaran su voz más allá de las estrellas y la bruma espesara el horizonte. Ahora nos deja la ternura que irradiaba su sonrisa, el recuerdo de su palabra y el regalo de su corazón amigo y generoso.

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