Por Sol Sánchez
Querido San Valentín…, no puedo seguir los pasos que bajo tu nombre nos marca una sociedad consumista. Pero quiero decirte muy bajito en este día, que he conseguido entender el sentido del amor.
Me encanta mirar las fotografías en blanco y negro de mis padres. Aquellas en las que se miraban entusiasmados y que prometían toda una vida por delante. Fui testigo de ese amor y del paso del tiempo. Un tiempo en el que muchas cosas se dejaban para después. En el que los problemas diarios, los niños y mil situaciones más, conseguían aparcar los momentos importantes.
Mi padre estaba lleno de proyectos y mi madre arrullaba muchos sueños.
Miro las fotos de esos bailes, envueltos en miradas tiernas de promesas que no se pudieron cumplir del todo, porque la vida lo truncó y comprendo que esa vida pasa tan rápido como las tormentas. Que el amor debe dejar un sello en cada nueva jornada. Que debemos conseguir tiempo para nosotros, para bailar a nuestra manera, aunque sea una hora.
Estoy segura San Valentín, que compartes conmigo que el mejor regalo es, no creer que esta existencia durará una eternidad. No dar por hecho que cuando un ser querido cierra la puerta, volverá. El mejor regalo es llenarnos cada día de ilusiones conjuntas. No dejarnos caer en el tedio y dormir junto a un amigo en vez de con un amante. Aparquemos los calcetines de lana y seamos seductores del otro. Volvamos a viajar detenidamente por el mapa de ese cuerpo para reconquistar de nuevo al placer y la locura. Juguemos… Hagámoslo para que las fotos se renueven bajo las sábanas, bajo la ternura, bajo el amor. Que nuestra vida en pareja no acabe en cenizas que nos recuerden que una vez ardió el fuego.
Creo que si no somos hipócritas, debemos reconocer que no hay nada mejor que un baño de pasión y por pasión entiendo: encuentro, comunicación, revolcón, ilusión, atenciones…
Estimado San Valentín…, enséñanos a dejar entornada la puerta de las emociones, para que se adentren sigilosas y sepamos conquistar la esencia del amor, el de todos los días.
