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Un Faro de luz…

Por Sol Sánchez

Hay historias que pueden contarse como si se narrara un cuento. Quizá, porque los personajes de los que se habla, están llenos de cualidades que sólo pertenecen a las fábulas.

Había una vez una villa llamada Hellin, en cuyo interior vivía una mujer a la que le apasionaba cuidar a los demás, Cande López Fernández. Aquella joven, era la primera que recibía a los niños de mi generación en la sala de curas, del Centro de Maternidad en la Cruz de Los Caídos, allá por los años setenta. Era la voz que nos decía mientras mirábamos la jeringuilla con la que preparaban la vacuna que nos dejaría una cicatriz de por vida: -¡Tranquila nena, que esto no va a doler nada!-

Cande, realizaba un trabajo vocacional. Estaba predestinada a calmar las heridas del cuerpo y del alma.

Tras muchos años sin verla, volvió a aparecer en mi vida a finales de la década de los ochenta, en el peor momento hasta ahora de mi existencia. Llegó regalando sonrisas a mi padre y palabras de alivio al resto de la familia. Aparecía en los momentos de infortunio, acercándonos paz y desaparecía, aunque empecé a entender que era un poco como Papa Noel, repartía regalos de cariño y sosiego al resto de habitantes hellineros.

Cande, es una mujer peculiar. Todos conocemos que para ella no ha sido un camino de rosas, la adversidad también se ha cruzado en su travesía de vida y creo que en este caso, se ha hecho realidad aquello del karma: el calor y cariño de toda su gente, la ha ayudado a salir victoriosa como la mejor de las guerreras.

En los últimos años, ha sido y es Presidenta de la Asociación contra el cáncer, para mí, también es Presidenta contra las causas perdidas en cualquier índole de la vida. Motivo por el que su teléfono es aquél al que la mayoría llamamos para pedir ayuda de cualquier tipo. Cande, consigue una cama para un enfermo, una silla de ruedas para un anciano, un sillón para un niño. Cande está en los sitios más difíciles, en los que pocos nos atrevemos a entrar, quizá por falta de ese coraje que a ella le ha regalado la naturaleza.

Su fortaleza, la convierte en la mejor compañera, porque Cande jamás te cuenta penurias y sabe convertir cualquier suceso negativo en un chiste del que ella misma se ríe.

Había una vez, una villa en la que por muchos años, habitaba una encantadora mujer, llamada Cande López Fernández, hellinera a la que sus paisanos, rindieron un merecido homenaje en un semanario local: El Faro de Hellín.

Porque Cande siempre será un faro de luz para los que la necesitamos.

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